Los países de renta media y el fin de los combustibles fósiles

Si bien la reciente volatilidad de los precios del petróleo y del gas nos afecta a todos a la hora de llenar el depósito del coche o de ajustar el termostato de casa, la inestabilidad crónica de los precios de los combustibles fósiles se deja sentir especialmente en los países en desarrollo, cuyas economías han dependido con frecuencia de estos recursos, sujetos a turbulencias.

Como alternativa, las energías renovables están ganando terreno en todo el mundo, aunque presentan inconvenientes para los Países de Renta Media (PRM), que dependen del petróleo y el gas para cubrir sus necesidades energéticas. Uno de los principales obstáculos es que la tecnología de las energías renovables suele requerir importantes inversiones iniciales y esto puede ser difícil de asumir por parte de los PRM debido a la disponibilidad limitada de recursos financieros; el alto coste en capital que implican las energías renovables puede dificultar que los PRM asuman las infraestructuras y los equipos necesarios. La tecnología asociada a la extracción de gas y petróleo cuenta, en cambio, con décadas de desarrollo y requiere, por tanto, menos inversión.

Otro inconveniente es que las fuentes de energía renovable suelen ser intermitentes, ya que dependen de recursos naturales como el viento y el sol, inestables y no siempre fáciles de predecir, lo que dificulta un suministro energético estable para los consumidores. Por el contrario, la energía procedente del petróleo y el gas supone una fuente de energía fiable que puede despacharse según las necesidades.

Aun así, los beneficios de una transición a la energía renovable serían en última instancia superiores a los inconvenientes. Por ejemplo, las fuentes de energía renovables son más sostenibles que los combustibles fósiles, que son recursos finitos y que terminarán por agotarse. Es más, las energías renovables pueden aportar seguridad energética ya que reducen la dependencia de combustibles fósiles importados. Esto podría ayudar a proteger a los PRM de las crisis de los precios de la energía y de los riesgos geopolíticos asociados a la importación de dichos combustibles.

Con el tiempo, a medida que el mundo deje atrás los combustibles fósiles en favor de fuentes de energía más baratas y sostenibles, es probable que el petróleo y el gas dejen de ser rentables, debido al descenso de los precios, y los países y comunidades que los producen se vean obligados a buscar otras fuentes de ingresos. ¿Qué implicará esto para países en desarrollo de «renta media» como Nigeria, México, Ghana o Argentina, responsables de aproximadamente la mitad de la producción mundial de gas y petróleo?

Los PRM son responsables del 48% de la producción mundial de petróleo y del 52% de la producción de gas. Estas naciones se han visto a menudo asoladas por dificultades derivadas de los combustibles fósiles, como la contaminación ambiental ‒que plantea problemas de salud pública‒ o su sumisión como economías excesivamente dependientes del petróleo y del gas a expensas de otros sectores. Sin embargo, dejar atrás los combustibles fósiles seguirá siendo un reto mayúsculo.

Hablamos de países que tienen menos recursos que los países más ricos y desarrollados. Casi la mitad de los trabajadores empleados en la producción de combustibles fósiles viven en África, Asia o Sudamérica y, sin una formación adecuada, pueden tener dificultades para adaptarse a nuevos trabajos. Además, más allá de las personas empleadas directamente en la industria del petróleo y el gas en los PRM, el empleo indirecto es mucho mayor e incluye a trabajadores contratados que no gozan de la misma protección que los trabajadores fijos o sindicados.

Pero la pérdida de puestos de trabajo es solo uno de los riesgos previsibles. Los ingresos fiscales procedentes de los combustibles fósiles son esenciales para los presupuestos nacionales de muchos de estos países, que financian con ellos servicios básicos comunitarios como la sanidad, la educación o el transporte. También aportan financiación a los gobiernos regionales, que refuerzan con ellos las economías y las comunidades locales. Si ese insumo desapareciera sin fuentes de financiación alternativas, gran parte de estos servicios públicos ‒muchos de los cuales están ya de por sí infrafinanciados‒ se verían aún más amenazados.

De hecho, la volatilidad de los precios ya está devastando las economías que dependen de los combustibles fósiles. Por ejemplo, en respuesta al desplome de los precios del petróleo, en 2014, México recortó el gasto público casi un 0,7% del PIB. Por la misma razón, en 2020, Nigeria recortó el gasto en educación un 55%. Por consiguiente, es patente que estos recursos finitos no son algo de lo que se pueda depender de forma realista para financiar adecuadamente una economía estatal.

Elaborar una estrategia de transición justa en los PRM llevará sin duda algún tiempo, pero entretanto los responsables políticos pueden adoptar tres medidas con carácter inmediato que faciliten que los combustibles fósiles perjudiquen lo menos posible a sus trabajadores, comunidades y economía, y que, a la vez, sienten las bases para un futuro más próspero.

En primer lugar, los gobiernos deben ser proactivos a la hora de emprender una planificación a largo plazo que incluya la economía de las regiones y comunidades que puedan verse afectadas por la transición energética. Para este proceso, deben consultar al conjunto de actores interesados y a las comunidades, desarrollar planes inclusivos para ayudar a la reubicación de los trabajadores y comunidades afectados, y reforzar las redes de seguridad social para ayudar a los trabajadores y comunidades vulnerables. Para alcanzar estos objetivos, los responsables políticos tendrán que colmar los vacíos de datos de los que adolecen en cuestiones como demografía, salarios y cualificaciones de los trabajadores del petróleo y el gas (incluida la forma en que este cambio afectará, en particular, a las mujeres).

En segundo lugar, ante las dudas sobre el panorama a largo plazo de la desaparición de los ingresos procedentes del petróleo y el gas, los PRM deberían redoblar sus esfuerzos en la diversificación económica. Esto implica estudiar y desarrollar otros sectores productivos ‒como la transformación agrícola, los bienes manufacturados y los servicios empresariales‒ cuyo potencial en el contexto específico de estas naciones sea de especial interés.

En esta apuesta por la diversificación económica de los países, el crecimiento del sector de las energías limpias puede ser un óptimo complemento. Estos tienen una demanda energética en aumento y las energías renovables pueden satisfacer esta creciente demanda interna, al tiempo que sirven para que estos países se alineen con el nuevo panorama mundial en el que las energías renovables pueden proporcionar precios más estables a los suministros, creación de empleo y generación de ingresos. Los gobiernos también deberían considerar el papel que podrían desempeñar las compañías petroleras nacionales para facilitar la transición hacia una energía limpia, así como la forma en la que las empresas y los sistemas educativos, jurídicos y otros sistemas sociales pueden contribuir a estas políticas.

Y, en tercer lugar, los gobiernos deberían esforzarse en posibilitar esta transición. Para financiar este proceso, las fuentes nacionales de financiación a corto plazo pueden obtenerse mediante el establecimiento de impuestos sobre la producción de combustibles fósiles. Se puede recurrir a los ingresos procedentes de los combustibles fósiles para ayudar a diversificar las economías, replantear las subvenciones y la asignación de sus beneficios, y exigir, finalmente, a la industria del gas y el petróleo, especialmente a las petroleras internacionales, que ayuden a sufragar los costes de reparación ambiental y a dar apoyo a los trabajadores y las comunidades. Y, lo que es más importante, aunque en ocasiones los PRM puedan recurrir a sus propios recursos nacionales, será esencial que los países más ricos y las instituciones financieras internacionales proporcionen financiación y asistencia técnica para que los PRM puedan llevar a cabo estrategias justas de transición.

Los países exportadores de petróleo y de gas se enfrentan a desafíos únicos en la transición a las energías renovables debido a su fuerte dependencia de los ingresos procedentes de tales exportaciones. Sin embargo, pueden dar pasos útiles para agilizar las transiciones a la vez que reducen su dependencia de los combustibles fósiles.

El primero, diversificar sus economías. Los PRM africanos centrados en el gas y el petróleo deberían promover la diversificación para reducir su dependencia de las exportaciones de combustibles fósiles, invirtiendo en otros sectores como por ejemplo la agricultura, la industria y los servicios.

Segundo, deberían invertir en infraestructuras de energías renovables para diversificar su mix energético y reducir la dependencia de los combustibles fósiles. También deberían buscar la colaboración de las organizaciones internacionales que puedan ayudarles a financiar dichos proyectos.

Tercero, deberían implementar políticas que fomenten el desarrollo de energías renovables como pueden ser las tarifas reguladas, los incentivos fiscales y la concesión de permisos más ágiles. También deberían eliminar las subvenciones a los combustibles fósiles que restan competitividad a las energías renovables.

Cuarto, deberían promover la concienciación pública, sensibilizando a los ciudadanos acerca de los beneficios de las energías renovables y la necesidad de una transición energética que deje atrás los combustibles fósiles.

Quinto, deberían promover la eficiencia energética a través de medidas como la adopción de electrodomésticos eficientes y el establecimiento de reglamentos de eficiencia en la edificación, que reducirían notablemente el consumo energético.

Sexto, debería explorarse el uso de tecnologías de captura y almacenamiento de carbono para reducir la huella de carbono y hacer más sostenibles las exportaciones de petróleo y gas.

Finalmente, los PRM deberían participar activamente en los acuerdos internacionales sobre el clima ‒como el Acuerdo de París‒, para demostrar al mundo su compromiso con la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y la promoción del desarrollo sostenible.

Ninguno de estos desafíos es nuevo, y muchos líderes africanos son plenamente conscientes de ellos. El primer paso ‒ganar consciencia de que la transición energética es esencial para la acción climática‒ ya está dado, pero debe resaltarse que esta es también una oportunidad para construir un mundo más sano y equitativo. Desde luego, es un reto que los responsables políticos deben asumir, sumado además al imperativo moral de que en este proceso nadie debe quedar atrás.

Anuario CIDOB